8 de marzo de 2010

“Den, y se les dará” (Lc. 6, 38)

En las bienaventuranzas hemos visto la actitud de Dios, que es gracia y misericordia para los pobres. Ahora se nos presenta cuál debe ser el comportamiento de los hombres, aspirantes a discípulos de Jesús, que han acogido su gracia y su misericordia.


“Jesús dijo a sus discípulos: Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes”. Lc. 6, 36-38

“La medida con que ustedes midan también se usara para ustedes” (Lc. 6, 38)

Jesús, ¡qué norma de conducta tan práctica y esencial! Me tengo que comportar con los demás como me gustaría ser tratado: comprendiendo los fallos, perdonando los errores, siendo generoso, servicial. En concreto, Tú darás todo el amor que tenga capacidad de recibir; pero si no he sabido tratar a los demás con misericordia, mi corazón será tan pequeño que no podrá recibir tampoco tu misericordia.

“Sean misericordiosos”. (Lc. 6, 36).

¿Cómo me comporto ante las necesidades de los demás? ¿Me mueven a intentar aportar lo que esté en mi mano, o me dejan indiferente pensando que, en el fondo, es su problema? ¿Me doy cuenta de que mi trabajo o mi estudio bien hecho es la forma habitual que tengo para amar? Todo encuentro con el verdadero amor enciende esperanza. Siempre que en la vida nos encontramos con alguien que nos acompañe con amor y parta su vida con nosotros, es un encuentro con Jesús. A través nuestro Jesús se hace presente en la vida del otro, como también para nosotros el otro es un camino a Él. No perdamos oportunidad para perdonar, para amar.

"Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." (Lc. 15, 11)

Sabiendo que somos hijos de Dios pensamos que lo merecemos todo. A veces no somos ni capaces de agradecer a nuestro Creador por el gran don de la vida. Y, mucho menos, nos esforzamos por corresponder a su amor infinito.

¿Cuánto hemos recibido de Dios? ¡Todo! Sin embargo lo vemos como una obligación de parte de Él. Podríamos llegar a quejarnos cuando no recibimos lo que queremos y tal vez hasta hemos llegado al punto de exigirle.

Dios, en su infinita bondad, no cesa de colmarnos de sus gracias y hasta cumple con nuestros caprichos. No importa si le agradecemos o no. Lo más hermoso es ver que Dios no se cansa y por mucho que nos alejemos de Él, cuando deseamos volver, ahí está con los brazos abiertos esperándonos con un corazón lleno de amor. La fiesta del Padre misericordioso ante el regreso del hijo no es porque el hijo se haya reconocido pecador sino porque descubrió el amor de su Padre. Todo lo que Dios quiere es que nos demos cuenta de que nos ama.

Agradezcamos a Dios su amor incondicional durante esta semana diciéndole: “Señor Tú lo sabes todo tu sabes que te quiero”.


La compasión hacia nuestro hermano es producto de haber experimentado la compasión de Dios hacia nosotros. Si reconocemos nuestra debilidad y pequeñez ante la inmensidad del amor de Dios podremos tolerar y acompañar en el camino a nuestro hermano que es, simplemente, como nosotros.

¨ Comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida." (Lc. 15, 23-24)