
Tercera Semana De Adviento:
CONVERTIRSE
CONVERTIRSE
En estos tiempos tan duros para los pobres y marginados, la denuncia de Juan Bautista cobra nueva vigencia. Es el momento de compartir y ser solidario, de “abrir los dedos y hacer de nuestras manos, manos que acaricien, pidan y trabajen y que adopten un gesto de espera; que saluden, que inviten y den; manos limpias que no oculten nada cuando ofrezcan amistad sincera, manos llenas de amor, manos incansables, que derrochen consuelo en las penas, manos fuertes, manos con calor; manos abiertas que se aferren a otras con fuerza derribando los muros del miedo y compartan risas y dolor... manos abiertas”.
Invocación al Espíritu
Espíritu del Señor, ven sobre nosotros,
transforma nuestro corazón y toma posesión de él.
Quema nuestros miedos, vence nuestras resistencias,
danos capacidad de ser justos
con nosotros mismos y con los demás,
para reconocer y aceptar en todo las exigencias de la verdad.
Haz que no quedemos prisioneros de la nostalgia
o de la añoranza del pasado,
sino que sepamos abrirnos, con serena fortaleza,
a las sorpresas de Dios.
Danos la fidelidad al humilde presente
en el que nos has colocado,
para redimir contigo y en ti nuestro hoy
y hacer de él el hoy del Eterno.
Haznos vigilantes, confiados y prudentes
en llevar adelante el mañana de la promesa
en la dificultad de las obras
y en la paciencia de los días de nuestra vida.
Santificador del tiempo,
ayúdanos a hacer
de nuestro camino
el lugar del Adviento,
en el que se asome ya desde ahora,
en los gestos del amor
y en el rendimiento de la fe,
el alba del Reino
prometido y esperado en la esperanza.
¡Amén! ¡Aleluya!
Espíritu del Señor, ven sobre nosotros,
transforma nuestro corazón y toma posesión de él.
Quema nuestros miedos, vence nuestras resistencias,
danos capacidad de ser justos
con nosotros mismos y con los demás,
para reconocer y aceptar en todo las exigencias de la verdad.
Haz que no quedemos prisioneros de la nostalgia
o de la añoranza del pasado,
sino que sepamos abrirnos, con serena fortaleza,
a las sorpresas de Dios.
Danos la fidelidad al humilde presente
en el que nos has colocado,
para redimir contigo y en ti nuestro hoy
y hacer de él el hoy del Eterno.
Haznos vigilantes, confiados y prudentes
en llevar adelante el mañana de la promesa
en la dificultad de las obras
y en la paciencia de los días de nuestra vida.
Santificador del tiempo,
ayúdanos a hacer
de nuestro camino
el lugar del Adviento,
en el que se asome ya desde ahora,
en los gestos del amor
y en el rendimiento de la fe,
el alba del Reino
prometido y esperado en la esperanza.
¡Amén! ¡Aleluya!