5 de agosto de 2010

INVOCACION A LA TRINIDAD


INVOCACION A LA TRINIDAD


¡Oh Trinidad Santísima!
Misterio fontal, origen de todo.
¿Quién te ha visto
para que pueda describirte?
¿Quién puede engrandecerte tal como eres?

Te siento tan sublime,
tan lejos de mí, ¡misterio tan profundo!,
que me hace exclamar del fondo de mi corazón:
Santo, Santo, Santo.

Cuanto más siento tu grandeza inaccesible,
siento más mi pequeñez y mi nada,
pero al ahondar más y más
en el abismo de esa nada,
te encuentro en el fondo mismo de mi ser:
intimior intimo meo,
amándome,
creándome para que no me reduzca a la nada,
trabajando por mí, para mí, conmigo,
en una comunión miste¬riosa de amor.

Puesto delante de Ti
me atrevo a elevar mi plegaria,
a pedir tu sabiduría, aun sabiendo
que el vértice del conocimiento de Ti
por parte del hombre
es saber que no se sabe nada de Ti.

Pero sé también que esa oscuridad
está llena de la luz del misterio,
que ignoro.

Dame esa sabiduría misteriosa, escondida,
destinada desde antes de los siglos
para gloria nuestra.

Como hijo de Ignacio
y teniendo que cumplir con la misma vocación,
para la que Tú me elegiste,
te pido algo de aquella luz "insólita",
"extraordinaria", "eximia",
de la intimidad Trinitaria,
para poder comprender el carisma de Ignacio,
para poder aceptarlo y vivirlo como se debe
en este momento histórico de tu Compañía.

Dame, Señor,
que yo comience a ver con otros ojos
todas las cosas;
a discernir y probar los espíritus
que me permitan leer los signos de los tiempos;
a gustar de tus cosas
y saber comunicarlas a los demás.

Dame aquella claridad de entendimiento
que diste a Ignacio.

Deseo, Señor,
que comiences a hacer conmigo de maestro
como con un niño,
pues estoy dispuesto a seguir
aunque sea a un perrillo,
para que me indique el camino

Que sea para mí tu iluminación
como fue la zarza ardiente para Moisés
o la luz de Damasco para Pablo,
o el Cardoner y La Storta para Ignacio.

Es decir,
el llamamiento a emprender un camino
que será oscuro,
pero que se irá abriendo ante nosotros,
como le sucedió a Ignacio,
según lo iba recorriendo.

Concédeme esa luz trinitaria,
que hizo comprender a Ignacio tan profundamente
tus misterios
que llegó a poder escribir:
"No había más que saber
en esta materia de la Santísima Trinidad".

Por eso, quiero sentir como él
que todo termina en Ti.

Te pido también
que me enseñes a comprender ahora
lo que significa para mí y para la Compañía
lo que manifestaste a Ignacio.

Haz que vayamos descubriendo
los tesoros de tu misterio,
que nos ayude para avanzar sin errar
por el camino de la Compañía,
de esa via nostra ad Te.

Convéncenos
de que la fuente de nuestra vocación está en Ti
y que conseguiremos mucho más
tratando de penetrar tus misterios en contemplación
y de vivir la vida divina "abundantius",
que procurando sólo medios
y actividades humanas.

Sabemos que nuestra oración nos conduce a la acción
y que "ninguno es ayudado por Ti en la Compañía
para él solo".

Como Ignacio,
hinco mis rodillas para darte gracias
por esta vocación trinitaria tan sublime de la Compañía,
como también San Pablo
doblaba sus rodillas ante el Padre,
suplicándote que concedas a toda la Compañía
que arraigada y cimentada en el amor
pueda comprender con todos los Santos
cuál es la anchura, la longitud,
la altura y profundidad...
y me vaya llenando hasta la total plenitud de Ti,
Trinidad Santísima.

Dame tu Espíritu que todo lo sondea,
hasta las profundidades de Dios.

Para conseguir esa plenitud,
sigo el consejo de Nadal:
Pon¬go la preferencia de mi oración
en la contemplación de la Trinidad,
en el amor y unión de caridad
que abraza también a los prójimos
por los ministerios de nuestra vocación.

Termino con la oración de Ignacio:
Padre Eterno, confírmame;
Hijo Eterno, confírmame;
Espíritu Santo, confírmame.
Santa Trinidad, confírmame;
un solo Dios mío, confírmame.