24 de marzo de 2010

Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia – la que procede de la Ley – sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe”… (Filipenses 3, 8-9)

…"Así podré conocerlo a él, conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a él en la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos. Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. "

(Filipenses 3, 10-12)

Estamos hechos a “imagen y semejanza” de Dios, en nuestro interior llevamos al Creador. Y es Él quien nos mueve con Su Gracia, la cual, como al hijo pródigo, nos recuerda donde está la casa de nuestro Padre. Es Él quien nos atrae “con lazos humanos, con cuerdas de amor” y nos impulsa a correr hacia sus brazos. Sustentar en nuestras manos la certeza de nuestra Salvación es edificar sobre la arena, porque la roca sólida es el Don de la Fe, libremente dispensado por Dios a todo aquel que lo busca. Ahora sí, con Jesús, podemos estar seguros: si Él vive, nosotros con Él y en Él.

Pero Dios, que sobre roca escribió la Ley y sobre Piedra edificó su Iglesia, también sabe usar la arena. En ella se escriben nuestros pecados, para borrarlos rápidamente con la palma de su Gracia. Sobre esa arena, Jesús se inclina con Misericordia y como a la mujer adúltera del evangelio, nos anima a en adelante no pecar más.

Porque “la Misericordia de Dios prevalece sobre la Justicia”, sale al encuentro del hijo perdido, busca a la oveja extraviada; da la misma paga a los trabajadores de distintas horas y le promete el Cielo al Buen Ladrón. Por eso también Dios entrega a su Hijo por nosotros, en su lógica distinta de la nuestra, lógica de Cruz, de darlo todo sin medida, lógica del Omnipotente y Todopoderoso que se hizo débil para que nosotros débiles nos volvamos fuertes por abrazarnos a su Amor Potente.

Porque Jesús, de una situación de muerte – como la del pecado- siempre es capaz de sacar Vida. Por eso, con la Fe, podemos quedarnos junto a Él, viéndolo borrar de la arena del mundo el daño del pecado. Cuando no somos capaces de mirar a Cristo, de reconocer nuestras sombras, de aceptar la Gracia de su Mirada, nos quedamos con nuestra arena que se vuelve piedra y carga pesada.

La Cuaresma es el tiempo de la Reconciliación, de volver los ojos a Dios, de sacrificar todo eso que nos aleja de Cristo. Ahora es el momento de dejar atrás el peso muerto del pecado y el camino recorrido, para correr con el alma liviana hacia Cristo, sabiendo que Él a ha salido a nuestro encuentro. Jesús nos espera Glorioso para compartir su Felicidad Eterna de Amor Incondicional.

Ha llegado el tiempo de preguntarnos: ¿Y yo, qué he sacrificado por Cristo? ¿Acaso fundo mi relación con Jesús en mis propias fuerzas o en la Fe que viene de Dios?

…“Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús”. (Filipenses 3, 13b-14.)