
Hombre de la acogida. Oh San José, tu trabajo te llevaba a relacionarte a menudo con la gente, y en ello diste pruebas de atenta cortesía y de calurosa acogida.
Oh San José, ¡que yo sepa descubrir aquellos gestos que me hacen imagen viva de la disponibilidad con que Dios nos recibe tal como somos!
Hombre del discernimiento. No te fue tan fácil, oh San José, discernir entre las circunstancias de la vida lo que Dios quería de ti para tu misión y tu familia.
Ayúdame, oh San José, a intuir entre los acontecimientos del día el paso de Dios por mi vida.
Hombre de la docilidad. ¡Qué hermosa fue tu docilidad, oh querido Santo, en actitud de constante atención a
Aleja de mí, oh San José, la presunción, el apego tonto a mis opiniones, la obstinación de seguir sólo mis ideas.
Hombre de la entrega. Tú, oh San José, no perdías tiempo en cosas vanas e inútiles y no obrabas con disgusto o mala gana.
Ayúdame, oh San José, a no ser flojo en mis responsabilidades, sino a dedicarme a mis quehaceres con la máxima entrega.
Hombre de la sencillez. Ser persona sencilla como tú, oh San José, no es sólo una dimensión del carácter, sino una virtud adquirida con el esfuerzo diario de hacerse disponible a los demás.
Ayúdame, oh San José, a no ser persona complicada, retorcida, e inaccesible, sino amable, sencilla y transparente.
Hombre de la confianza. Tu seguridad, oh San José, se cimentaba en la atención y adhesión constante a la voluntad de Dios, tal como iba manifestándose día tras día.
Haz, oh San José, que yo tenga la seguridad de quien confía en Dios, sabiendo que en cualquier situación, aunque adversa, estoy en sus manos.
Hombre de la paz. Tú, oh San José, como padre has educado a Jesús adolescente hacia aquellos valores que luego Él predicó, proclamando felices a “los que trabajan por la paz”.
Oh San José, ayúdame a promover la paz en mi propia familia y en el ambiente donde vivo y trabajo.