1 de diciembre de 2009

"Ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo", Padre Damián

"EL LEPROSO VOLUNTARIO POR AMOR"

Hasta los 19 años vive con sus padres, en ambiente campesino y allí, junto a su fortaleza física, se va desarrollando su personalidad y su vida de fe. El destino de su breve vida sólo se explica por su apasionamiento por descubrir lo que Dios podría esperar de él. Profesa en la Congregación de los Sagrados Corazones y pide ser enviado a las misiones de las Islas Hawaii a los 23 años.
Ordenado allí sacerdote, evangeliza en la isla grande de Hawaii, durante 9 años, a pequeñas agrupaciones de nativos, dispersos en amplios territorios volcánicos.

A sus 33 años, se ofrece voluntario para permanecer en la colonia de leprosos, confinados desde hacía 7 años en una pequeña península de la isla de Molokai, cárcel natural aislada por el mar y las montañas. Los enfermos, que morían casi a diario, eran sustituidos por otros leprosos a quienes, desde otras islas, se forzaba a encerrarse en Molokai.

"Por tener tanto que hacer, el tiempo se me hace muy corto; la alegría y el contento del corazón que me prodigan los Sagrados Corazones hacen que me crea el misionero más feliz del mundo. Así es sacrificio de mi salud, que Dios ha querido aceptar haciendo fructificar un poco mi ministerio entre los leprosos, lo encuentro después de todo bien ligero e incluso agradable para mí, atreviéndome a decir como San Pablo -Estoy muerto y mi vida está escondida con Cristo en Dios-".

Desde el comienzo se identifica totalmente con la situación, y se dirige a ellos con su Nosotros, los leprosos. Trabaja agotándose por aliviar físicamente y consolar religiosamente a centenares de leprosos, que así pueden vivir con serenidad y morir con esperanza. Sus precauciones iniciales, van sin duda relajándose por la costumbre, la amistad, la necesidad, hasta que, tras 11 años de convivencia, él mismo es contagiado por la lepra.

"Hasta este momento me siento feliz y contento, y si me dieran a escoger la posibilidad de salir de aquí curado, respondería sin dudarlo: "Me quedo para toda la vida con mis leprosos"".



Durante 4 años la enfermedad corroe su cuerpo, pero no le impide declararse el misionero más feliz del mundo. Tampoco logra doblegarle, pareciendo que hubiera querido morir de pie. Hasta que en 1889, a los 49 años, muere leproso, satisfecho de que su obra quedaba consolidada con refuerzos de última hora de religiosos y religiosas. "Ya no soy necesario", decía, como un leproso más, muriendo lleno de consuelo quien había trabajado en la casi más absoluta soledad.

Damián se desvive por la “oveja perdida”, por el alejado, el abandonado, el que no tiene un horizonte en la vida: Cuanto más cansado me siento el domingo por la tarde, tanto más feliz me hallo, sobre todo si alguna oveja perdida ha querido entrar en el redil del Señor”.



Damián, hermano de llamada y de camino,
misionero feliz y generoso,
que amaste el Evangelio más que tu vida,
y por amor a Jesús dejaste tu familia y tu país,
tus seguridades y tus sueños propios.

Enséñanos a dar la vida con tu gozo,
a ser leprosos con los leprosos de hoy,
a celebrar y contemplar la eucaristía
como la fuente de nuestra propia entrega.

Ayúdanos a amar hasta el extremo,
y a perseverar, por la fuerza del Espíritu,
en la compasión con los pobres y olvidados
para ser buenos discípulos de Jesús y de María.

Amén.