"No estamos llamados a hacer grandes penitencias y tal vez muchas de ellas interferirían con nuestras obligaciones, pero la hora (Santa) es nuestro sacrificio cotidiano en unión con Cristo.” Arzobispo Fulton J. Sheen
En el día de mi Ordenación, tomé la decisión de que todos los días pasaría una Hora Santa en presencia de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, cosa que he mantenido durante estos setenta años.
La Hora Santa no es una devoción; es una participación en la obra de la Redención. En el huerto de Getsemaní, Nuestro Señor preguntó: ¿No pueden velar una hora Conmigo?´ No se lo pidió a todos… tal vez porque sabía que no podía contar con su fidelidad. Pero al menos espe
raba que tres le fueran fieles, Pedro, Santiago y Juan. Desde ese momento, y muy seguido en la historia de la Iglesia, el mal está despierto, pero los discípulos están durmiendo. Es por eso que de Su angustiado y solitario Corazón salió el suspiro: ´¿No pueden velar tan solo una hora Conmigo?´.El no rogaba por una hora de actividad, sino por una hora de compañía.
Otra de las razones por la que mantengo la Hora Santa es para crecer más y más a semejanza de Él. Como lo plantea San Pablo: ´Nos transformamos en aquello en lo que fijamos nuestra mirada´.Al contemplar el atardecer, la cara toma un resplandor dorado. Al contemplar al Señor Eucarístico una hora, transforma el corazón de un modo misterioso, así como el rostro de Moisés se transformó luego de Su compañía con Dios en la montaña. Nos pasa algo parecido a lo que les pasó a los discípulos d
e Emaus, el domingo de Pascua por la tarde, cuando el Señor los encontró. Él les preguntó por qué estaban tan tristes, y después de pasar algún tiempo en Su presencia, y oír nuevamente el secreto de la espiritualidad –´El Hijo del Hombre debe sufrir para entrar en Su Gloria´– el tiempo de estar con Él terminó, y sus ´corazones ardían´.
La Hora Santa. ¿Es difícil? Algunas veces parecería ser difícil; podría significar tener que sacrificar un compromiso social, o levantarse una hora más temprano, pero en el fon
do nunca ha sido una carga, sólo una alegría.
El objetivo de la Hora Santa es fomentar un encuentro personal y profundo con Jesucristo.El santo y glorioso Dios nos invita constantemente a acercarnos a Él, conversar con Él, para pedirle las cosas que necesitamos y para experimentar la bendición de la amistad con Él. El amor sensible o amor humano disminuye con el tiempo, pero el Amor Divino no. El primero concierne al cuerpo, que responde cada vez menos a los estímulos, pero en el orden de la gracia, la respuesta de lo Divino, a lo pequeño, los actos humanos de amor se intensifican.
Ni el conocimiento teológico, ni la acción social sola, son suficientes para mantenernos en amor con Jesucristo, a menos que ambos estén precedidos por un encuentro personal con Él.
Moisés vio la zarza ardiendo en el desierto que no se alimentaba de ningún combustible. La llama, sin alimentarse de nada visible, continuaba existiendo sin destruir la madera. Una dedicación tan personal a Cristo no deforma ninguno de nuestros dones naturales, disposiciones o carácter; sólo renueva sin matar. Como la madera se transforma en fuego, y el fuego perdura, así nos transformamos en Cristo y Cristo perdura.
He descubierto que lleva algún tiempo enfervorizarse rezando. Esta ha sido una de las ventajas de la Hora diaria. No es tan corta como para no permitir al alma abismarse, y sacudirse las múltiples distracciones del mundo. Sentarse ante Su Presencia es como exponer el cuerpo al sol para absorber s
us rayos. El silencio en la Hora es como un tête-à-tête con el Señor. En esos momentos, uno no saca tanto oraciones escritas, sino que escucha más. No decimos: ´Oye, Señor, porque Tu siervo habla´, sino ´Habla, Señor, que Tu siervo escucha´.
Intimidad es… apertura sin reservas, que no guarda ningún secreto, y revela el corazón abierto a Cristo. Demasiadas veces los amigos son sólo “dos barcos que p
asan en la noche”. El amor carnal, a pesar de que parece íntimo, a menudo puede ser un intercambio de egoísmos. El ego se proyecta en la otra persona, y lo que se ama no es la otra persona, sino el placer que la otra persona brinda. He notado a lo largo de mi vida que cuando yo retrocedía ante las demandas que el encuentro me había impuesto, me volvía más ocupado, y más preocupado con actividades. Esto me daba una excusa para decir: ´No tengo tiempo´.
Por lo tanto, la Hora Santa, más allá de sus beneficios espirituales, previno mis pies de deambular muy lejos. Estar atado a un Sagrario, la propia soga no es tan larga para
encontrar otras pasturas. Esa tenue lámpara del tabernáculo, aunque pálida y difusa, tiene una misteriosa luminosidad para oscurecer el brillo de ´las luces brillantes´. La Hora Santa se volvió como un tanque de oxígeno para revivir el soplo del Espíritu Santo en el medio de la sucia y hedionda atmósfera del mundo. Aún cuando parecía tan poco provechoso, y carente de intimidad espiritual, todavía tenía la sensación de ser al menos como un perro en la puerta de su amo, listo en caso de que me llamase.
La Hora, también, se volvió un magisterio, y una maestra, ya que aunque antes de amar a alguien debemos conocer a esa persona, sin embargo, después sabemos, que es el Amor el que aumenta el conocimiento. Las convicciones teológicas no sólo se obtienen de las dos coberturas
de un libro formal, sino de dos rodillas sobre un reclinatorio ante un Sagrario.
Finalmente, haciendo una Hora Santa cada día constituía para mí un área de la vida en la que podía predicar lo que practicaba. Otro de los frutos de la Hora Santa es la sensibilidad a la Presencia Eucarística de Nuestro Divino Señor.