4 de mayo de 2010

La Eucaristía...

La Eucaristía es el gran alimento de esta vida, el tónico para los débiles, el alimento sano para los fuertes, el estímulo para los oprimidos.
La Eucaristía es la presencia no sólo corporal de la divinidad; es la unión de alma a alma de la divinidad con nosotros; la unión sin intermediario.

La Eucaristía no es el sacramento de la adoración, sino el sacramento de la Comunión. Por eso la Misa no es una visita a una iglesia, es una acción; y nuestra Misa es una participación en dicha acción.
La Eucaristía, ¡qué realidad tan profunda! La presencia de Cristo prolongada en el tiempo; en el espacio. La perpetuidad de la Encarnación.

Lo que se requiere de parte del que comulga es el deseo de la voluntad de recibir a Cristo, de honrarlo y de aprovecharse de su visita para mejorar en su vida, haciéndose más semejante a Él. Y para esta recepción se prepara en la medida de sus fuerzas.

La Comunión es el centro de la vida cristiana como Cristo es el centro del cristianismo... Cristianismo sin Cristo, es como concierto sin músicos... y cristianismo sin Comunión, es permanecer en la pura región de las ideas, es como un amor sin presencia, una amistad sin confidencias, una caridad sin donación: cristianismo sin comunión es palabra hueca, vacía de sentido...

Por la Comunión se realiza una asimilación vital: cuando comemos una manzana la asimilamos, el principio superior asimila el inferior; cuando comulgamos Cristo nos asimila, nos transforma en Él, nos permite realizar el sueño secular de la humanidad: participar de la vida divina.

¡Oh! si fuéramos a la Misa a renovar el drama sagrado: ofrecernos en el ofertorio con esas especies que van a ser transformadas en Cristo pidiendo nuestra transformación... a ser aceptados por la divinidad en la consagración, a ser transubstanciados en Cristo.

Quien haya comulgado una vez, nada tiene que envidiar a los contemporáneos de Cristo... Nuestras almas viven en íntima unión con la suya.

Toda la razón de ser de mi vida, todo el sentido de mi existencia lo descubro yo y lo recuerdo cada vez que asisto a la Santa Misa, cada vez que comulgo.

Todos: transformar nuestra vida diaria en apostolado; que nuestro día sea una Misa prolongada.

Uno es cristiano en la medida en que vive realmente del sacrificio eucarístico, en que celebra la Misa -no la oye- la celebra. Esto es: ofrece el sacrificio de Cristo total, del Cristo místico, el de Jesús y el suyo.

Y entre estas obligaciones, las primeras las que se refieren a Dios. Saber encontrar tiempo para la oración; para una oración tranquila, sacrificar al sueño, o al descanso, sino hay otro deber ineludible lo que sea necesario para alimentar nuestra alma como la sagrada Comunión, con la Comunión cotidiana, si posible... con la santa Misa, ¡cuando se ha comprendido lo que es la Misa!