Estos días nos asomamos a la pasión, a la muerte, a la vida que se entrega, al abandono, al miedo, a la confianza… Nos asomamos a lo más profundo del ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor, y a la ternura y al perdón de Dios, capaz de un amor que se vacía de sí para llenarse del otro.
Jesús resucitado nos resucita. Cristo muere en la cruz; sufre como persona. Siente humillación, decepción, abandono y miedo como cualquiera de nosotros. Es Dios Hombre; Dios se humaniza. Él carga con su cruz y vuelve; resucita para quedarse con nosotros, para que podamos crecer con todas estas cosas que nos “pesan” a lo largo de nuestras vidas y que así pueden cobrar otro sentido en
Es en estos momentos cuando celebramos
Hoy especialmente tendríamos que sentirnos habitados por Dios y llenos del amor del Espíritu. Hoy especialmente debemos sentirnos compenetrados con Cristo, dejando que Su vida se apodere de la nuestra. Tal como el mismo Jesús dijo: “Hijo, la muerte está vencida, yo estoy contigo” ¿Qué frase más tranquilizadora que esta puede existir?
Vivimos en una cultura de muerte. En nuestro entorno no existe espacio para volver a nacer. Nos hemos vuelto muy autoexigentes con nosotros mismos. El mayor perdón, el que más nos cuesta, es el propio, es decir, aquel en el que nos perdonamos a nosotros mismos con nuestras fallas y errores… No dejemos que esta idea, este mundo en el que vivimos, esta cultura, nos distraiga y, mucho menos, que nos condene. JESÚS NOS AMA. Es simplemente esto, nos ama por lo que somos. SÍ. NOS AMA, y no quiere que callemos su amor, tan puro, tan verdadero, la alegría de todo... Él quiere vernos con VIDA, quiere que vivamos una y otra vez
Si aquel que nos salvó y amó como nadie y nos perdona (aún antes de que hayamos pecado), ¿por qué nos cuesta tantas veces perdonarnos a nosotros mismos? Él ya lo hizo antes y lo sigue haciendo… ¿Qué mejor sensación que sentirse aceptado ahora y siempre? ¿Qué mejor que sentirse amado de esta forma?
Tampoco es cuestión de hacer todo mal y pedir perdón todas las noches, no funciona así. No se puede hacer borrón y cuenta nueva todos los días antes de ir a dormir… Pedir perdón significa ARREPENTIRSE Y CAMBIAR DE ACTITUD. O, por lo menos, intentar cambiar de actitud. Intentarlo en serio, con voluntad.
“Él tiene sed de nosotros”, diría
Si Él nos perdona, nosotros también podemos, ¿no?
Por último, ¡alegrémonos! Al final, la palabra es de Vida y de Esperanza.
Sólo así podemos ver la gloria de Dios, la fiesta del Hombre, porque al caído le da Fuerza para levantarse en la derrota. ¡Alegrémonos! No miremos al mundo desde la sombra o la queja. No lo veamos desde el lamento o la rendición. Busquemos en él los milagros cotidianos, las pequeñas o grandes victorias del amor, de la fiesta, de
Dios nos da cada día una oportunidad para volver a nacer. Nos acompaña y, sobre todo, nos da la libertad de elegir. Él nunca condena, sino que nos invita a resucitar junto con Él, como lo hizo en su Pasión…
Es ahora, después de la muerte, de
Simplemente hay que amarlo…