6 de abril de 2010

Tiempo Pascual...


Estos días nos asomamos a la pasión, a la muerte, a la vida que se entrega, al abandono, al miedo, a la confianza… Nos asomamos a lo más profundo del ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor, y a la ternura y al perdón de Dios, capaz de un amor que se vacía de sí para llenarse del otro. La Pascua representa todo esto; es aquí donde vemos el contraste entre la vida y la muerte. Aquí están también nuestros dolores y nuestras esperanzas, nuestra soledad, las personas que nos acompañan y a quienes acompañamos… La coherencia y el desaliento, la fortaleza y la debilidad entrelazados en cada ser humano. El abandono y el encuentro… Nuestras cruces y la Vida Nueva mirados por Dios, mirados con compasión de Él.


La Pascua se vuelve fuerza liberadora que se contagia. Así como una persona pacífica transmite paz, un buen y cariñoso amigo envuelve en un clima cálido de amistad y una persona libre irradia libertad, UNA PERSONA RESUCITADA CONTAGIA RESURRECCIÓN.


Jesús resucitado nos resucita. Cristo muere en la cruz; sufre como persona. Siente humillación, decepción, abandono y miedo como cualquiera de nosotros. Es Dios Hombre; Dios se humaniza. Él carga con su cruz y vuelve; resucita para quedarse con nosotros, para que podamos crecer con todas estas cosas que nos “pesan” a lo largo de nuestras vidas y que así pueden cobrar otro sentido en la Cruz. Nosotros decidimos si resucitamos con Él, o si seguimos en la misma. Tenemos la oportunidad para cambiar nuestras vidas, Jesús nos ama con todo lo que somos, con lo bueno y con lo malo que tenemos, y nos da la posibilidad de sacar todo eso que no queremos, nos PERDONA TODO. Lo único que nos pide es que queramos su perdón, que lo pidamos…


Es en estos momentos cuando celebramos la Pascua de Jesús. Cristo se hace presente y nos envuelve en su luz, nos habla y da aliento. Cada Eucaristía es una Pascua; es un decirle “sí” a la Vida Nueva, “sí” a Jesús, “sí” a seguir su camino. Si realmente celebramos este día, tenemos que sentirnos resucitados, capaces de comenzar de nuevo, de levantarnos y volver a nacer, de decirle “sí” al amor incondicional de Dios, que nos ama por lo que somos y no por lo que hacemos o dejamos de hacer. Celebremos, entonces, no sólo la Pascua de Jesús, sino la nuestra también.


Hoy especialmente tendríamos que sentirnos habitados por Dios y llenos del amor del Espíritu. Hoy especialmente debemos sentirnos compenetrados con Cristo, dejando que Su vida se apodere de la nuestra. Tal como el mismo Jesús dijo: “Hijo, la muerte está vencida, yo estoy contigo” ¿Qué frase más tranquilizadora que esta puede existir?


La Pascua continúa…


Vivimos en una cultura de muerte. En nuestro entorno no existe espacio para volver a nacer. Nos hemos vuelto muy autoexigentes con nosotros mismos. El mayor perdón, el que más nos cuesta, es el propio, es decir, aquel en el que nos perdonamos a nosotros mismos con nuestras fallas y errores… No dejemos que esta idea, este mundo en el que vivimos, esta cultura, nos distraiga y, mucho menos, que nos condene. JESÚS NOS AMA. Es simplemente esto, nos ama por lo que somos. SÍ. NOS AMA, y no quiere que callemos su amor, tan puro, tan verdadero, la alegría de todo... Él quiere vernos con VIDA, quiere que vivamos una y otra vez la Pascua. Simplemente, tenemos que animarnos a dar ese “salto”: dejar que Él nos ame; dejar entregarnos a Él con confianza; decirle “sí”.


Si aquel que nos salvó y amó como nadie y nos perdona (aún antes de que hayamos pecado), ¿por qué nos cuesta tantas veces perdonarnos a nosotros mismos? Él ya lo hizo antes y lo sigue haciendo… ¿Qué mejor sensación que sentirse aceptado ahora y siempre? ¿Qué mejor que sentirse amado de esta forma?


Tampoco es cuestión de hacer todo mal y pedir perdón todas las noches, no funciona así. No se puede hacer borrón y cuenta nueva todos los días antes de ir a dormir… Pedir perdón significa ARREPENTIRSE Y CAMBIAR DE ACTITUD. O, por lo menos, intentar cambiar de actitud. Intentarlo en serio, con voluntad.


“Él tiene sed de nosotros”, diría la Madre Teresa de Calcuta.


Si Él nos perdona, nosotros también podemos, ¿no?


Por último, ¡alegrémonos! Al final, la palabra es de Vida y de Esperanza. La Pascua se puede vivir SIEMPRE. Dios siempre está con los brazos abiertos esperando a que lo miremos y le digamos: “Señor, tengo sed de vos. Quiero ponerme en tus manos y que sea de mi lo que vos quieras.”


Sólo así podemos ver la gloria de Dios, la fiesta del Hombre, porque al caído le da Fuerza para levantarse en la derrota. ¡Alegrémonos! No miremos al mundo desde la sombra o la queja. No lo veamos desde el lamento o la rendición. Busquemos en él los milagros cotidianos, las pequeñas o grandes victorias del amor, de la fiesta, de la Vida.


Dios nos da cada día una oportunidad para volver a nacer. Nos acompaña y, sobre todo, nos da la libertad de elegir. Él nunca condena, sino que nos invita a resucitar junto con Él, como lo hizo en su Pasión…


Es ahora, después de la muerte, de la Pasión, cuando empieza el verdadero desafío… Sintamos la alegría y, sobre todo, la VIDA de ser cristianos, de ser hijos de Dios, de haber sido elegidos, cada uno de nosotros, por Él. Dios te llamó: “Deseo celebrar la pascua en tu casa” (Mt. 26,16)


Simplemente hay que amarlo…